23 noviembre 2006

Siete siglos de romancero

Plácida Rodríguez Vélez (1888-1969)

Matías Caloca Rodríguez, nieto de Plácida (70 años), fotografiado en Valdeprado (Ayto. de Pesaguero, Liébana, Cantabria), el 25 de julio de 2006, ante la casa familiar

Álvaro Galmés y Diego Catalán llegaron a Valdeprado en busca de romances una tarde del verano de 1948. Tras una larga caminata, dieron con un puñado de mozos y mozas que celebrababan un baile espontáneo al pie de la carretera, al son de la música de un gramófono. El gramófono era de Plácida que, con frecuencia, lo hacía sonar desde el corredor de madera de su casa para que, en la calle y en el patio, los jóvenes se juntaran y divirtieran. Para los más mayores, el principal regocijo era reunirse en la cocina de Plácida y, al ritmo de la jila, cantar romances y canciones. Galmés y Catalán dieron pronto con ella, la entrevistaron y dieron noticia de su frondosa memoria romancística en varias publicaciones.

A Valdeprado, que en aquel tiempo tendría unos trescientos habitantes, llegamos el pasado julio casi conteniendo la respiración por lo que de Plácida y de su memoria pudiera quedar allí. Una media docena de habitantes (quienes quedan) nos hablaron de ella y de sus andanzas festivas, y su nieto, Matías Caloca, nos invitó a compartir la cocina que daba abrigo a las antiguas jilas. Matías, sin memoria alguna sobre los cantos que se entretejieron en su casa infantil, nos dio la imagen de su abuela en esa fotografía.

Memorias de Liébana

Campollo (Ayto. de Vega de Liébana, Cantabria), 27 de julio de 2006

A Campollo se llega por una estrecha carreterita serpenteante que sube hasta allí desde Vega de Liébana, cabeza de ayuntamiento. Desde arriba, la tarde veraniega resucita y adviertes que aún no se ha puesto el sol en el Valle. Angeles Fernández Dobarganes (83 años) aprovecha la última luz para recoger los trastos de la faena del día, pero interrumpe sin prisas el deber ante nuestra visita. Lamenta, como es habitual, la poca memoria y -como tantas veces- nos canta a continuación joyas poético-musicales que se extinguirán para siempre cuando ella las olvide (y eternamente cuando nosotros olvidemos a Ángeles). Canciones infantiles que los poetas del Siglo de Oro ya oyeron, como Cilla, cilla, calabacilla o Los dedos hambrientos. José Manuel Fraile y Susana Weich-Shahak las oyen por última vez y las recogen en sus efímeros soportes digitales.