25 noviembre 2012

Las metamorfosis del romancero

Romancero. Compilación de Gloria Chicote.
Buenos Aires, Ediciones Colihue (col. Colihue Clásica): 2012; 456 pp.

Este Romancero está repleto de virtudes. La primera quizás sea la claridad, precisión y exhaustividad que articulan el estudio introductorio, al que adivinamos complejo de construir, pero que reconocemos como el tratado teórico sobre este inabarcable género que mejor cumple con la difícil misión pedagógica de explicarlo. A la misma altura de virtuosismo está la selección de romances, planteada como una antología que convoca “tradiciones antigua, moderna, oral, escrita, manuscrita, impresa; poemas juglarescos, trovadorescos, vulgares y también algunos ejemplos de textos compuestos por autores letrados; subtradiciones geográficas y lingüísticas” (cxxviii), sin que por ello se esquive –todo lo contrario- el debate sostenido por la filología desde el siglo XIX en torno a las diferentes tradiciones y la pluralidad de fuentes del romancero.

Hay una actitud muy arriesgada y valiente –pero nada temeraria, por fundamentada- de la profesora Gloria Chicote al principiar su Introducción con dos cuestiones controvertidas, a saber: la actualización sistematizada de los conceptos popular y tradicional, y la identificación del género romancístico desde su naturaleza mixta, transtextual y transfronteriza, cumpliendo así el objetivo de retratar la “canonización de un objeto evanescente”, como ella misma lo titula.